Hace ya un par de años, en los Cines Lys de Valencia, comenzaron a proyectar entre los anuncios previos a las películas, un anuncio que llamó especialmente mi atención por varias razones. Para empezar la estética, oscura y sombría, para luego transformarse en moneda, dinero, casi un dólar que giraba hasta verse las palabras Climatecoin. En el vídeo se explicaba que existía el mercado de emisiones, en el cuál las empresas participaban vendiendo y comprando derechos de emisión de gases de efecto invernadero y que en este momento sería posible que los ciudadanos, la sociedad en general también podríamos participar. Además, en el trasfondo se daba a entender que ello también podía suponer una buena inversión (no sólo una buena para con el planeta) de forma que todos quedaran convencidos de que era una buena idea.

No es algo que acabara de descubrir ni mucho menos. Era un término con el que estaba más que familiarizada desde hacía años, pero el hecho de que se presentara como un producto comercial al que todos tendríamos acceso, pudiendo aportar nuestro granito de arena para dejar un mundo mejor a nuestros hijos y futuras generaciones.

Para los que no conozcáis el funcionamiento del mercado de emisiones, os haré un breve resumen: las empresas más grandes (sobre todo ellas) tienen asignados por ley una cantidad de bonos que equivalen a una tonelada de CO2 que pueden emitir a la atmósfera (o su equivalencia en otros gases). Esta cantidad de bonos viene determinada por un Plan de Nacional de Asignación y el mercado funciona de tal forma que las empresas que contaminen menos pueden vender sus bonos, de forma que los beneficios puedan repercutir en mejoras tecnológicas (principalmente), mientras que las empresas más contaminantes deberán gastar en bonos para compensar el exceso con respecto a su asignación, o bien, invertir en reducir dichas emisiones.

Hasta aquí todo correcto, es un libre mercado donde la oferta y la demanda funcionan de tal forma que el equilibrio se mantiene. ¿Por qué entonces he querido escribir al respecto, es decir, porque me ha parecido que debía llamar la atención sobre este tema? Por dos razones principalmente. La primera es que el mercado no funciona como debería. La idea de crear los bonos era que las empresas tuvieran que invertir para reducir sus emisiones, resultando más barato que comprar bonos, de forma que al final el conjunto se redujera y por lo tanto menguara el impacto que supone para la atmósfera. Sin embargo, los precios de los créditos es tan bajo que esto no ocurre, por lo que se siguen comprando bonos ya que es mejor pagar y ensuciar, que pagar más por ensuciar menos. La segunda razón tiene relación con la primera. Desde que se crearon los bonos no se han “retirado” del mercado, de forma que siempre están los mismos, moviéndose de unas manos a otras y por lo tanto siempre se contamina lo mismo.

Conclusión: tenemos un mercado, donde se mueven bonos que permiten que las empresas contaminen en función de lo que estén dispuestos a pagar, de forma libre, que tiene como función última reducir los gases de efecto invernadero (GEI) que acaban en la atmósfera y que, sin embargo, no está cumpliendo la función para la que fue creado por la forma en la que se ha diseñado. Además, tratan de darlo a conocer a la sociedad de forma que pueda participar de forma “activa”, comprando y vendiendo para hacer su aportación y además tratar de crear conciencia, sensación de responsabilidad, pero sin informar realmente de para que va a servir su “compra”.

 

Imagen destacada: http://www.itusers.today/climatecoin-la-revolucion-del-crypto-carbon/